Iván Nemesio Rubio Mydor
Iván Nemesio Rubio Mydor nació el 27 abril de 1952 y es Cirujano Plástico de la universidad de Caldas.
Su obra es un libro de cuentos sobre las vivencias de un médico en el medio hospitalario. Su relación con la belleza, con la vanidad, con la muerte, con la soledad, con el dolor, el desarraigo, el arribismo, la soledad.
TRECE CUENTOS MEDICINALES
PRÓLOGO
Hay mucho de método científico en la observación minuciosa, con un tenue cedazo crítico, a la que Iván Rubio Mydor somete la realidad en estos 13 cuentos medicinales, no solo por el ambiente, el narrador y los personajes, sino porque poseen sin duda una poderosa virtud catártica y sanadora del alma. En estos cuentos, que dan la impresión de contarse solos, hay una distancia epistemológica muy sana del sujeto que narra con respecto al objeto narrado. Por supuesto ese don poco frecuente en nuestras letras no es casual; este médico que escribe, o este escritor que ha ejercido la medicina, ha cultivado esa metodología, cuyos pasos ya formuló Galileo Galilei cuatro siglos atrás: hipótesis, observación, experimentación, conclusión. Porque la literatura, como ya supieron Marcel Proust y Lawrence Durrell, también es heredera del método científico de Galileo, Newton, Planck, Heisenberg y Einstein.
No es frecuente en nuestra época, y mucho menos en este medio de inclemente aridez cultural, que un profesional de la medicina cultive esa fervorosa pasión por las letras que Iván ha cultivado, con rigor, con honestidad, sin vanidosos afanes de figuración y
protagonismo, durante décadas de lecturas exhaustivas, de escritura sigilosa de unos textos que fueron armándose letra a letra, con paciencia, con amor, hasta adquirir la forma impecable que hoy se entrega a los lectores. Como vaticinó el filósofo Ortega y Gasset, padecemos la tiranía de las especializaciones, y la formación integral humanista ha quedado expuesta al sol del mundo pos contemporáneo como una camiseta pasada de moda, acaso cual una retórica anacrónica que se predica, pero no se practica. Este ejercicio de la literatura por parte de un médico barranquillero, que parece provenir de la clásica escuela francesa, es en sí mismo digno de todo encomio, rara avis, flor exótica en nuestro desierto cultural que no ve más allá de sus narices de tiburón codicioso, y creo que la metáfora es más que apropiada.
Entrando de lleno en la materia de estas 13 estructuras narrativas, habría que precisar que su narrador aparenta ser ese que cultivaron los novelistas del siglo XIX, y Gabriel García Márquez en nuestro tiempo, es decir, el tradicional narrador omnisciente, quien desde la tercera persona del singular conoce tanto el mundo externo como interno de sus personajes. No obstante, en el caso de “Los dragones del sexto piso”, nombre de uno de los 13 cuentos, que da título al libro, ese narrador, como ya hemos sugerido antes, se abstiene de especular o concluir acerca de los pensamientos, sentimientos y emociones de sus criaturas ficticias, que tienen, dicho sea de paso, el carácter arquetípico de no pocas personas reales en esta capital mental de la frivolidad y el vacío que es nuestra amada Barranquilla.
Pero, ojo, que el narrador no especule no quiere decir que no posea una visión del mundo, una escala de valores humanos que se originan, en gran medida, en esa formación integral que Iván ha cultivado con la amorosa jardinería de quien sabe que ama unas flores exóticas y a punto casi de desaparecer. Rubio Mydor aplica así mismo sus métodos de cirujano al levantar, una por una, las capas de la piel: la epidermis, la dermis, la hipodermis, de esta sociedad que busca obsesivamente en aras de tapar su
insondable vacío de auténticos valores y sentimientos veraces, las formas más superficiales de la belleza, el sexo o los símbolos del status, incluso a costa de la salud, la dignidad, la honestidad, el bien y la justicia. En ese aspecto no hay lejanía, sino el antiguo compromiso del escritor que sabe que su misión, antes que cualquier otra, es constituirse en una consciencia crítica de la sociedad en que vive.
Por otra parte, en estos tiempos de mala escritura, y de malos escritores, de prosa desaliñada y escrita por salir del paso, a la carrera, sin arte ni oficio, perpetrada acaso para la efímera eternidad de los concursos, vamos a encontrar en estos textos una redacción impecable, que es el fruto, me consta, de múltiples revisiones y no pocos desvelos. Estos cuentos, que anuncian y esconden las ambiciones totales de un novelista: los personajes y las situaciones reaparecen, el ambiente es casi siempre el mismo, el de la inhumana atmosfera de nuestras clínicas y hospitales públicos y privados, estas narraciones amenas y muy bien escritas, donde cada párrafo, cada oración y cada adjetivo ha sido pensado y re pensado, son el resultado innegable de alguien que lleva décadas leyendo con fervor a los grandes maestros de la literatura universal. Detrás de la oreja del autor se perciben las presencias de Flaubert, Vargas Llosa, García Márquez, Vladimir Nabokov, Italo Calvino, William Ospina, y un largo etcétera de una biblioteca que crece y se afina cada día de lectura.
Pero Iván está logrando cada vez más una síntesis de todas esas influencias redentoras: la originalidad absoluta, en literatura, es ignorancia absoluta, de manera tal que ya está próximo a arribar al puerto de su propia mirada. Y esa mirada es sobria, objetiva, prudente, sin juicios ni condenas, es la mirada de un hombre que madura a la sombra de las letras en flor, con una inquebrantable voluntad de seguir escribiendo. Es la mirada de alguien que descubrió en la literatura la más bella y serena de las pasiones, la que nos permite al tiempo el sagrado ejercicio de la catarsis, de la liberación de nuestros demonios interiores
y la búsqueda de la paz de nuestro espíritu en el vuelo de los pájaros azules de la imaginación. Por eso decía Johan Wolfgang Goethe: “Quien tiene ciencia y arte, también tiene religión. Quien no tiene ni la una ni la otra, ¡tenga religión!”
Y estoy seguro que mi amigo del alma, Iván Rubio Mydor, ha encontrado, y seguirá encontrando, su religión, la paz de su espíritu, en estos trece cuentos medicinales donde ha puesto su alma, su corazón y su mente, los cuales hallaron en las letras el mapa de la isla del tesoro de la verdad, que nos hace libres por igual. Leerlos es reconocernos en la misma búsqueda de autenticidad humana en medio de la predominante falsedad inhumana de nuestro espacio–tiempo. Como en el célebre poema de Constantino Cavafis, estas historias son el resultado de la experiencia de un hombre en su viaje hacia Ítaca, pues todos vamos navegando por la vida, y alguna vez comprenderemos que la meta era el viaje mismo, como lo comprendió Ulises, hijo de Laertes. Así como para Iván lo fue escribirlos, para mi leerlos ha sido comprender un poco más lo que Ítaca significa. Hermano, buen viento y buena mar.
Diego Marín Contreras